Estimado lector, no prometemos en la historia que sigue otro
tipo de ayuda para contrarrestar su temor que no sea la de la simple
identificación con el niño que la protagoniza. O, quizás, que pase unos pocos minutos leyendo,
olvidándose de su miedo y de que el avión en el que viaja ahora, puede caerse
de un momento a otro.
En tiempos donde la gente se repele, los temores comunes nos
acercan, aunque sea, tristemente. Entonces contaremos sobre el solitario
Esteban, y ustedes decidirán si hay algo de su miedo que los une a él.
Esteban tiene miedo a volar, pero no a volar en avión, su
miedo es a volar. Literalmente. Esteban tiene miedo a poder volar.
Algunas noches sueña que camina entre sus compañeros de
escuela y de pronto se eleva, flota, y los chicos lo miran asombrados, casi con
admiración, pero él pide por favor descender de lo alto para quedarse allí. Entonces
se despierta, o cree que se despierta y piensa; registra su cuerpo y se toca
los brazos. Y todo está bien por el momento. Se sienta en la cama, con calma y
con movimientos lentos, inseguros, apoya los pies en el suelo y siente el peso
de sus piernas sobre el piso. Se para mirando hacia abajo y sonríe tímidamente,
hasta que el primer paso le devuelve su universo de tierra y saltos.
En el patio de la casa de Esteban hay una hamaca que fue
heredada de los antiguos propietarios. Allí pasa las tardes balanceándose. Esteban
juega con su miedo, se ríe de eso y se divierte, sabe en el fondo que tiene el
control de la situación, porque Esteban es inteligente y entiende. Su
experiencia le dice que no pasará, pero algunas tardes, en distracciones
inusuales, una flexión de piernas
descontrolada, impulsa la tabla y su cuerpo más allá de lo pretendido. El
envión hace crujir las cadenas y resonar los tornillos oxidados por el tiempo y
el agua. Una vibración recorre los brazos de Esteban, se agita de golpe y aprieta
las muelas. Entonces un salto lo deposita en el pasto, en el silencio y en la
niñez. Apura los pasos, se mete en la casa y agarra sus revistas de
historietas.
Esteban prefiere la lluvia, y le encanta mirar las tormentas
desde la ventana de la cocina. Disfruta del ruido e imagina lo extraño que
sería ver una tormenta desde arriba. Cree
que sería aburrido, porque lo lindo de la lluvia es ver cómo transforma las
cosas, cómo hace correr a la gente en la calle, cómo inventa ríos que desaparecen
en los desagües y eso no existe en el cielo.
Este niño, cree que no conoce otros con su mismo miedo, y a
lo mejor está rodeado de ellos. A lo mejor es casi lo único que lo rodea.
Esteban quiere quedarse en la tierra, con sus lluvias
hermosas, con los chicos de su grado, con la soledad de las tardes en su casa.
Con lo bueno y con lo malo. Esteban tiene miedo de volar, tiene miedo de
conocer lo que los otros no conocen.
Nosotros también.